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Entre rayos y nubarrones

A la fecha no tengo muchos recuerdos nítidos de mi infancia. De los primeros años no recuerdo casi nada y lo poco que recuerdo tiene un aire de ensoñación. A veces intento recordar, a veces, pregunto, pero casi siempre me topo con versiones encontradas. Entre toda esta nebulosidad en mi memoria hay poquísimas cosas que tengo bastante claras. Mis primeros recuerdos concisos se remiten a los momentos finales de 1993 y el inicio de 1994: aquel año tan turbulento para nuestra nación. Yo cumplía en aquel entonces 5 años…


Recuerdo que en ese tiempo solía ver aquel programa de “partidos políticos” transmitido en canal 5. Por alguna razón me interesaba ver qué pasaba con la CTM; qué diría Fidel Velázquez de la situación nacional. Me interesaba lo que ocurriría en las elecciones y, sobre todo, me interesaba saber por qué siempre las reuniones del SITATYR se realizaban en el heroico puerto de Veracruz o en la bella ciudad de Tampico…


La televisión me trajo, además de sindicalismo rancio y la voz de Fidel Velázquez, mis dos primeras y unas de mis más solidas aficiones: el futbol y las películas en blanco y negro. En algún momento comencé a ver esporádicamente partidos de futbol por la televisión, mi hermano, al ser americanista, estuvo a punto de llevarme por el mal camino, pero no, eso no era para mí. Lo confirmé cuando vi por primera vez jugar al Necaxa. Quizá fue la frenética celebración de Ivo Basay tras anotar un gol cualquiera lo que me llamó la atención. Su emoción por un simple gol contrarrestaba tanto con mi timidez y mi temor habitual que, imagino, conectó con una parte de mi personalidad que hasta el momento permanecía adormecida.


Mi recién iniciada afición por el futbol se consolidó con los partidos que disfruté del mundial de 1994 y un año más tarde cuando, en un nuevo cambio de casa, llegamos a vivir al fraccionamiento Insurgentes: el barrio bravo de “Las Huertas”. Ahí me enseñé a jugar en la calle, con niños más grandes que yo y a balonazo puro, para ir curtiendo el cuerpo y no andar por ahí llorando. Después no hubo marcha atrás, mi infancia y buena parte de la adolescencia transcurrieron jugando en la calle o en la escuela. En la preparatoria fui a más partidos que a clases y así me fue en las calificaciones, pero no me arrepiento de nada.


Mi afición por el glorioso Necaxa fue creciendo de a poquito. Ambos nacimos el mismo día y ambos venimos orgullosamente de cuna obrera. Cuando en la secundaria me empecé a interesar en la política, el Necaxa entonces me pareció el equipo más acorde para mi persona. Era un equipo que había sido fundado por sindicalistas y que renunció a seguir jugando cuando la liga se profesionalizó porque no quería perder su esencia amateur. Ese arrebato romántico me pareció tan puto genial que me hizo querer más al equipo e identificarme aún más con él. Éramos los dos unos desgraciados impulsivos que no nos importaba nada más que nuestra esencia y mantenerla.


Ser fanático del Necaxa no es sencillo. Particularmente en la época que me tocó vivir. Fui testigo de los últimos buenos años del equipo, el equipo que armó Saporiti y que poco a poco fueron desmontando Lapuente y Arias. Pude ver a los últimos héroes: Aguinaga, Zárate, Vázquez, Quatrochi, Delgado, Navarro, y algún otro que se me vaya. Pude ver el último título en el Jalisco. De a poco se inició una caída que llegó a un punto grave con aquella final perdida contra el América. Algo se rompió en ese momento y la escuadra entró en un espiral descendente del que no logró salir rápidamente. El equipo se hizo tosco, aburrido, ultradefensivo. En aquellas temporadas el goleador solía ser Sergio Almaguer, con todo y su ridículo festejo con el acordeón incluido. Pero nada de eso me importaba, había que defender al equipo ante todo, además de que la tosquedad también era algo a lo que me sentía identificado.


En un curioso giro del destino, en los primeros años de la década de los 2000, el Necaxa eligió como su nueva sede mi ciudad natal: Aguascalientes. La afición no solía acudir en masa para los partidos en el Azteca, esto le conllevó una imagen de poca importancia. Es un equipo histórico, maldita sea, pero para las nuevas épocas del futbol moderno era un equipo poco relevante. Debía estar feliz de que llegara a mi ciudad, pero la sensación era agridulce, por un lado, el gusto de poder verlo en vivo, pero, por el otro, la tristeza de que el equipo perdiera parte de su esencia al desvincularlo de sus raíces.


Debo confesar con gallardo bochorno que durante los últimos años mi afición por el futbol ha perdido importancia en mi vida diaria. Los tortuosos senderos por los que me ha conducido el destino me han colmado de descubrimientos que han copado mi atención. Pero con el Necaxa hay algo especial, algo que nunca terminará. Aunque no esté tan presente con el equipo como alguna vez lo estuve, sigo pendiente de él, velando por su bien y defendiéndolo de aquellos imbéciles que nunca entenderán la grandeza que lo conforma. Es como aquel amor del que siempre estás pendiente y por el que siempre suspiras, aunque la vida y las circunstancias te lo nieguen. Cuando un sentimiento es auténtico no puede morir, acaso atemperarse por la edad, pero si amamos de verdad, eso nunca se borra.


Hace poco el equipo se encontraba en la liga de ascenso. Una final contra el Tampico volvió a traerme recuerdos de aquel niño parco al que nadie comprendía, que se encerraba en su cuarto para inventar sus historias, aquel niño que solo se emocionaba cuando en la televisión jugaba el Necaxa o había alguna película en blanco y negro. Me emocioné de nuevo con un partido de futbol. Esa temporada el Necaxa se jugaba la vuelta a primera, pero no pude ver ese partido, pues otra ilusión me esperaba. Cuando me enteré del resultado y vi las imágenes de las banderas revueltas con la basura la rabia se apoderó de mí. Ese día tenía un dolor terrible de riñón, pero lo que más me dolía es que algunos bastardos se atrevieran a lanzar una bandera a la basura. Yo había peleado años atrás por esas banderas, y ahora un montón de imbéciles no sabían apreciarlas. Siempre ocurre que las grandes cosas no son apreciadas. Ocurre en la vida, ocurre en el futbol…


Hace poco el equipo volvió a primera y tiene buena pinta. Mi relación con el futbol, como digo, ya no es la misma de años atrás. Pero el Necaxa siempre será parte de mí. Y siempre estaré -de reojo- al pendiente de él. Cuando me preguntan: ¿por qué el Necaxa? Nunca tengo una respuesta clara… es como cuando me preguntan, ¿por qué ella, por qué tanto? No lo sé, tendría que explicarles mi vida, para poder explicar mis amores. No se puede explicar de manera simple por qué el Necaxa me dio esperanza en mi infancia o por qué ella me significó tanto, por qué su voz me volvía tan loco…


A pesar de todo, puedo decir fuerte y claro, citando a Don Ramón: ¡Yo le voy al Necaxa! Con todo lo que eso conlleva. El equipo de los rudos, de los aburridos, de los electricistas, de la gente de bien, de los niños que se emocionaban con los goles del gran Ivo Basay. Ya seamos 14, ya seamos 90, sólo necesito a los verdaderos necaxistas de este mundo y con ellos haré la mejor revolución que sus tibios ojos hayan visto. Somos una raza especial.


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