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Racismo, violencia y discriminación made in México.

Bien decía Lenin que hay décadas en las que no pasa nada, y semanas en las que pasan décadas.


Esta frase parece resumir prácticamente toda nuestra casi primera mitad del 2020. El año empezó para muchos de nosotros alrededor del mundo como uno más, con las mismas ilusiones, con las mismas metas, o con otras, pero siempre con los ánimos que los primeros meses suelen tener, una vida nueva, un año nuevo. Sin embargo, la historia se encargaría como casi siempre lo hace, de darnos una lección de humildad. La especie humana sufre desde hace ya varios siglos, (probablemente desde el inicio de las civilizaciones modernas), de una tendencia ególatra cada vez más visible, transparente y si lo queremos ver; cínica. "Tenemos todo bajo control" suele ser el mantra a repetir, más progreso, más vida, más dinero, más de todo.


Me ha costado trabajo intentar decidir sobre que hablar, que tema escoger de todos en este 2020, pero como ya he hablado en este espacio sobre la pandemia que ahora mismo golpea al mundo, pues ahora me inclinaré por hablar de un tema que como casi siempre sucede, ha tomado relevancia en una especie de espiral virulenta de esas que ofrecen las redes sociales muy a menudo. En esta ocasión fue debido a la viralización de un video en el que la “clásica” brutalidad policíaca norteamericana fue evidenciada una vez más, porque ¡ojo! Haríamos mal en pensar que esto no pasa a menudo, o que tiene poco tiempo sucediendo. Para desgracia de nuestro mundo y de la poca humanidad que existe en él, el asesinato de George Floyd revivió nuestros peores fantasmas, si es que alguna vez estuvieron muertos y aunado a ello significó la chispa que encendería una oleada de manifestaciones en contra del racismo sistemático y la discriminación que vive la comunidad afroamericana en nuestro país vecino del norte. A estas movilizaciones me gustaría añadir el factor COVID-19, los Estados Unidos es el foco de contagio más grande del mundo y tienen las cifras de muerte más altas de todo el mundo. El aislamiento, el cierre parcial de la economía y la pérdida de millones de empleos ha hecho que la situación termine por explotar ante la indignación internacional que causó el video en el que, durante más de 8 minutos, un policía asfixió con su rodilla en el cuello a George Floyd.


Pero mi intención no es hablar específicamente del caso de George Floyd y de la ola antirracista que desató, manifestaciones, reclamos, movilización social rara vez vista en Estados Unidos a esos niveles. Mi intención es sin embargo, darle un poco de voz o al menos de memoria, a los miles, cientos, decenas de mexicanos que han sido asesinados por la brutalidad policíaca por su color de piel, por "parecer sospechosos", por su origen, o incluso por su nivel socioeconómico.


Justo semanas después del asesinato de George Floyd en los Estados Unidos, México, replicando la idea bastante asentada de que es el hermano menor de los del Norte, vivió su propio George Floyd, la muerte de Giovanni López, un mexicano que fue asesinado por la policía en el municipio de Ixtlahuacan de los Membrillos, en el estado de Jalisco. Su única falla: no traer cubre bocas, y según la versión de las autoridades: resistirse al arresto. Giovanni era un albañil que se encontraba en la calle y que fue arrestado por faltar a las reglas sanitarias de la contingencia, en un Estado en el que el gobernador de Jalisco: Enrique Alfaro, desde el principio de la cuarentena se manifestó a favor del uso de la fuerza pública para controlar a la población durante la contingencia sanitaria. En una serie de errores, en la que se manifestó no solo la incapacidad sino la preocupante pérdida de autoridad de un gobernador que tiene incrustado en su aparato de gobierno a uno de los Carteles mexicanos más peligrosos del mundo, como lo es el Cartel Jalisco Nueva Generación, se evidenció no solo la falta de garantizar los derechos de los ciudadanos jaliscienses, sino también, la profunda raigambre represiva a la que el gobernador apela y que no ha ocultado desde hace meses.


Por si esto no fuera suficiente, al igual que con el asesinato de George Floyd, y de hecho, teniéndolo como ejemplo, las movilizaciones sociales en México replicaron las que se dieron en el vecino del Norte. Varios grupos de manifestantes a lo largo y ancho del país se dieron cita para exigir al gobierno de Enrique Alfaro una investigación que diera con los culpables, pero que aunado a ello, admitiera su responsabilidad en los hechos, ante una estrategia de control social, que desde un principio se manifestó como equivocada.


Por otro lado, la situación se agravó cuando en una de las manifestaciones uno de los participantes, prendió fuego a un policía que acababa de golpear a una chica brutalmente. Distintas versiones han surgido en torno a ello, que si estaba infiltrada la marcha, que si los fines e intereses políticos, en fin, toda esta serie de narrativas ficcionales que surgen a través del pasado bastante turbio que tenemos en México en relación al tema. Y por si esto no fuera poco, durante estas movilizaciones las autoridades del gobierno de Jalisco detuvieron al menos a 300 jóvenes de manera arbitraria y bajo condiciones que claramente violentaban sus derechos más básicos. De estos, decenas fueron desaparecidos y no llegaron a sus casas por la noche posterior a la manifestación, pues según testimonios, bajo medidas coercitivas, de tortura y de intimidación, fueron detenidos y amenazados de muerte por las autoridades del gobierno de Jalisco.


Horas después fue el mismo Enrique Alfaro quien aseguró que la represión, las detenciones y las desapariciones no fueron hechas por las autoridades de su gobierno, sino por el crimen organizado, el CJNG, con semejante declaración intentó desviar las responsabilidades y peor aún minimizó el hecho de que un cartel del crimen organizado estuviese actuando en nombre del gobierno. Tal vez, habría que recordarle al gobernador de Jalisco, que las detenciones arbitrarias en un país donde el asesinato de jóvenes y estudiantes mexicanos a mano de las autoridades, es para nuestro desgraciado pasado, una situación que no se escapa de la realidad y que en consecuencia sus acciones recuerdan y lo trasladan al lado más oscuro de nuestra historia contemporánea.



Sin embargo, el caso de Giovanni López no es el único, pocos días después de que se expuso el hecho, decenas de situaciones similares se replicaban a lo largo y ancho del país. En Tijuana también moría asfixiado por un policía, Oliver Torres, y a ello se añade la tragedia de Alexander Martínez, un chico de 16 años que salió a la tienda a comprar la cena junto con un grupo de amigos. Y que murió asesinado por la policía de Oaxaca en el municipio de Acatlán de Pérez Figueroa. Alexander recibió un disparo en la cabeza, las autoridades dispararon a el y a su grupo de amigos tras ser confundidos con criminales mientras se dirigían a comprar refrescos para festejar el cumpleaños de uno de ellos.


La indignación es un sentimiento común en México pero a veces estéril, salvo contados casos, tenemos interiorizada la impunidad, la injusticia y la indiferencia que estos hechos causan en la sociedad civil, es así que decenas de muertes que no se viralizan, o que no salen a la luz, las ejecuciones extrajudiciales de las autoridades en conjunto con los grupos del crimen organizado, son una barbaridad normalizada en este país en el que parece que no pasa nada, en el que la violencia es parte del día y la noche y en el que las autoridades en todos sus niveles, se encuentran más ocupadas en sus querellas políticas, que en atender los problemas de raíz. Así como están los casos de Giovanni, Oliver y de Alexander, son decenas los anónimos o centenas tal vez si ustedes hacen memoria, hoy en día no es raro que escuchemos sobre fosas comunes encontradas en lugares remotos de la geografía mexicana, esparcidas a lo largo y ancho del territorio nacional. Y que sin embargo, nadie sabe y nadie supo que pasó. ¿Quiénes y por qué?


Esto viene reforzado también, por un profundo racismo sistemático que tenemos como sociedad y como país, ¿Unas muertes importan más que otras? El racismo en México está interiorizado y es institucionalizado. La discriminación igual, los adjetivos calificativos, sobrenombres, etcétera son parte de una normalidad que hemos asimilado como única, y que sin embargo es parte de esta violencia y segregación que viven algunos sectores de la población, y que por ello han recibido como castigo la muerte como fue el caso de Alexander Martínez en Oaxaca, eso sin mencionar a los pueblos indígenas.


Mucho que pensar hay en México en este tema, tal vez el primero y más decisivo paso sería aceptar que somos racistas al igual que muchos que vemos hacía afuera. El racismo no es exclusivo de los EE.UU, e indignarse por los sucesos en Estados Unidos, pero renegar o minimizar el problema sistemático que vive México a causa del racismo, sería de menos, lo más hipócrita.


México es racista y un país donde se discrimina y no en pocas ocasiones se asesina a las personas por su color de piel, su nivel económico o incluso su lugar de origen, y bien haríamos en empezar a vernos como tal y a intentar cambiarlo. Me gustaría en ese sentido empezar con el ejemplo; yo he sido racista, he discriminado a personas por su color de piel, su origen o a veces por lo que aparentan ser, he creído en los estereotipos que dañan nuestra capacidad de integración, pero no más.


¿Y tú?


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