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Tiempos Convulsos


Qué difícil es ser humano hoy en día… esta frase se escucha a lo lejos en algún rincón de mi mente siempre que leo alguna noticia o veo alguna nota sobre las injusticias que se cometen día con día y hora con hora en el mundo. El año pasado empezaba uno de los conflictos armados más recientes de la época y que auguraba que tiempos convulsos estaban por venir, y miren que era difícil imaginar algo aún peor que lo que la pandemia nos había enseñado. El miedo generalizado, la ansiedad colectiva y el poco interés en el bienestar común muchas veces se han instaurado cada vez más en lo que Carl Jung definió como el inconsciente colectivo... y así sobrevive la poca humanidad que nos queda.

 

Albert Camus decía que "Toda forma de desprecio, si interviene en la política, prepara o instaura el fascismo".


Últimamente esta frase me ha recordado mucho estos tiempos que vivimos donde el desprecio es la carta de presentación en una sociedad en la cuál la indiferencia poco a poco nos empuja a una deshumanización lenta y dolorosa. Las imágenes de los niños asesinados por los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza ya se cuentan por miles, los crímenes de lesa humanidad nos parecen tan lejanos a nuestra realidad que pocas veces nos representan más que un suspiro de tristeza, como si no hubiese solución, como si la desesperanza fuera un acto automático de rendición al cual estamos ya condicionados.


 

Vivimos tiempos fascistas y esa es una realidad, violencia, odio, discriminación, racismo, xenofobia, aporofobia, no son más ya conceptos de análisis teórico, son realidades cotidianas globales. Hace algunas semanas el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu declaró ante la televisión publica Israelí que el costo de vidas civiles era considerado daño colateral y que no cederían ante un alto al fuego; hoy miles de vidas después de niños, niñas, mujeres y hombres inocentes, la comunidad internacional ha demostrado una vez más la realidad que todo mundo parece querer negar; que es inútil, inservible y que solo está para el interés de unos cuantos. El Derecho Internacional se escuda una vez más en las complejidades del sistema para justificar la barbarie y nosotros a la distancia, miramos impotentes e impávidos ante tal muestra de desinterés por solucionar lo que el mundo sabe es, un genocidio a vista de todos.



Más allá del oficio para el cuál me he preparado durante años y años que es el de ser historiador, me niego a pensar que esto no nos marca generacionalmente. Pero no solo es el caso de los Palestinos, es el caso también de las miles y millones de muestras de injusticias que suceden día con día y ante las cuáles muchas veces la pregunta inocente e ingenua viene a ser ¿Qué puedo hacer yo? ¿Yo que soy un simple espectador, que carezco de formas de ejercer el poder, de tomar decisiones, qué puedo hacer? La respuesta lejos de ser simple, es concreta en los tiempos que vivimos y pasa desde mi punto de vista, por esas obligaciones siempre emergidas de la civilidad pero sobre todo de la sensibilidad humana, informarse y esparcir la voz, la injusticia tiene muchas veces de aliada en primer plano a la indiferencia y por ahí debemos empezar. Informarse puede muchas veces hacer la diferencia, primero para no caer en la vorágine de la desinformación con la cantidad de datos que existen hoy, pero después informarse e investigar es clave para posicionarse ideológicamente, esto ya no va de colores o de caminos, sino de humanidad.

 


Como profesor universitario desde hace años veía que las nuevas generaciones conviven con la indiferencia y la desinformación, el poco interés por el pensamiento crítico y la responsabilidad que existe en él, nos tienen en una especie de impasse cuando vemos que sucede una injusticia. Al mismo tiempo parece más importante la cultura de la cancelación en la cultura pop que la cultura del activismo o posicionamiento ideológico, al que cual dicho sea de paso le tenemos pavor, por qué, por la responsabilidad que conlleva. Responsabilidad; un concepto interesante en una generación que cada vez lo ve más lejano. En una generación que ha sido educada en el hiperindividualismo, la meritocracia y la falsa esperanza de que la superación material es sinónimo de felicidad parece haber poca humanidad y esta va navegando entre un mar de psicopatías y ecpatias. Sin embargo, existen algunos, algunos desesperados por hacerse escuchar, algunos incrédulos de que no exista esperanza y luz, o incluso la idea de un mundo menos peor, aventurado sería decir “un mundo mejor” cuando lo que se quiere roza simplemente con tener un poco de dignidad humana. Pero ahí están, haciendo ruido, informándose, queriendo saber un poco más, qué hacer y cómo hacerlo, teniendo impacto en las opiniones mini colectivas de su circulo cercano, despertando la duda y generando el debate, preguntando, esto último parece una práctica cada vez menos común en la sociedad contemporánea y tal vez ese sea el mayor fracaso de las Ciencias Sociales ante el mundo actual, la humanidad ha dejado de preguntarse los porqués, las razones detrás del mundo, lo que nos ha llevado al estado actual. Perezosos de pensamiento y temerosos de la acción.

 


La realidad supera nuestros más profundos miedos y temores y esa es una verdad absoluta, mientras nosotros vivimos en la comodidad de un hogar, miles de personas están escuchando los bombardeos constantes, los gritos de dolor provocados por la perdida de extremidades y el asesinato de sus familias. El desprecio justifica la maldad para la sociedad contemporánea y esa parece ser la regla y ante tales horrores, no queda más que observar y recordar.

 

Como historiador podría decirles que la historia se encarga siempre de juzgar a sus actores y esto es cierto, sin embargo también lo es que todas las generaciones estamos obligadas a recordar, a hacer una crónica mental sobre quienes son esos actores y qué han hecho ya no olvidar, jamás olvidar. Hay responsabilidades individuales y colectivas que en algún momento se encauzan en direcciones comunes y son nuestra responsabilidad. Los fascismos y nazismos siempre han tenido sus cómplices, en su momento fueron todos aquellos que callaron por temor a las represalias morales y judiciales, en algún otro momento fueron las mismas instituciones internacionales que ante los genocidios del siglo XX permanecieron impávidas, quietas como jarrones victorianos en esas pusilánimes salas de castillo, esos grandes salones en los que se toman decisiones.



 Tiempos convulsos vivimos, sin embargo creo firmemente como Albert Camus en su momento dijo cuando el nazismo se apoderó de Europa y del mundo que: "Donde no hay esperanza, debemos inventarla".




Fotos recuperadas del periodista de Guerra Motaz Azaiza. Para más información en tiempo real, visitar su instagram.

 

 

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