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La buena rivalidad

Quizá en los seis años en los que estuve en esa primaria, varias veces conseguimos tener el poder de la cancha principal solo para nosotros, pero la que recuerdo más fue una en cuarto año, cuando tomé mi primera decisión de vida o muerte. Éramos el mejor equipo de la escuela; primeros, segundos y terceros valían madre, el otro cuarto vivió frustrado al no podernos ganar más que en ocasiones especiales y con trampas, incluso nos tenían miedo.


A los quintos, por alguna extraña razón, no les gustaba el futbol. Solo quedaban los sextos, los cuales se aliaban para enfrentarnos, a veces ganaban, y, muchas veces más, nosotros ganábamos, pero eso no los vencía, siempre se enfrentaban a nosotros con garra. Eran verdaderos rivales.


Un viernes llegamos a la primaria con la noticia de que a los de sexto se los habían llevado de excursión. La cancha de basquetbol estaría libre para nosotros en el recreo (todo mundo sabe que la cancha principal es de los más grandes). Era la primera vez en mucho tiempo que nos tocaba jugar entre nosotros. Siempre nos vimos como una selección defendiendo la bandera del 4° B.


Gustavito en la portería; el Estanislao, David, Ignacio y yo en la defensa; El Ojitos, Raúl y el Pollo en la media; Eder, Jesús, el Sombra y el Javier en la delantera, siempre contra el eterno rival de 4° A, o contra el enemigo respetado de sexto. Llegado el recreo nos plantamos en la cancha, el resto de la primaria sabía que nos pertenecía por derecho y nadie nos reclamó, no hicimos lo usual de poner dos capitanes para que ellos nos fueran escogiendo, nos sentíamos raros en medio de la cancha sin un rival en común al cual enfrentarnos.


Alguien sugirió de forma celestial que nos dividiéramos en Chivas versus América y como ese juego se había dado pocos días atrás, hubo un silencio que duró más de lo que se pueda llegar a creer en un patio de primaria a la hora de recreo. Nos miramos entre 12 mocosos hambrientos de patear la pelota (recuerden que no dejaban meter balones); sabíamos que lo que se vendría sería épico, podría hasta asegurar que varios maestros y alumnos nos observaban desde sus escondites en recreo, porque de verdad éramos buenos, y ellos lo sabían.


¿Chivas o América? Y ya, no más. A esa altura de nuestras vidas casi todos tenían ya un equipo al cuál seguir; había entre nosotros quienes le iban al Cruz Azul o al Toluca, pero en esta circunstancia no tardaron mucho en cambiar de bandos, sobre todo al lado chiva. Seis y seis, el clásico de clásicos reducido a una cancha de basquetbol, una tarde caliente en un patio de primaria, en el horrible reino del Estado de México…



Mi abuelo fue la influencia más cercana en mi familia en muchas cosas, entre ellas el futbol. Su visión de la vida estaba fuera de lo estipulado, era único, aún lo es, aunque ya no esté. Él le iba a las chivas, y tenían más o menos la misma edad. Una de las cosas que recuerdo de don Roberto era cómo veía los partidos de futbol: con mucha atención, como si fuera el director técnico y con mucha emoción, como si fuera el primer partido que hubiera visto. La capacidad de asombro jamás la perdió.


Era un hombre fuera de serie porque, aunque el futbol lo apasionara, jamás se enojó por su causa, cuando perdía la Selección o las Chivas, solo decía una frase que hasta la fecha recuerdo con detalle de tono de voz e intención “¡Uy!, ya ni modo, ahí pa´ la próxima” y su vida seguía tan normal como siempre; cuando ganaban, en su rostro se dibujaba una sonrisa enorme y apretaba en puño esas manos trabajadoras que dejaban ver el gusto personal que le daba la victoria.


Sin querer me enseñó que la felicidad y la tristeza provienen de nuestras pasiones, pero también que el ser apasionado no está peleado con la calma y el respeto. Jamás se burló de un contrincante, jamás humilló al vencido y jamás reclamó una derrota, al contrario, reconocía las habilidades de los demás.


Muchos ahora podrían pensar que era aburrido ver los partidos a su lado, y más equivocados no podían estar, la falta de burlas e insultos a la hora de ver un partido puede ser raro para estos días, pero no hay nada como ver a tu abuelo convertido en un niño de tu edad, por el simple y llano hecho de ver el futbol como uno de los inventos más bellos del hombre, y cómo no iba a saber de inventos ese hombre, pero ésa ya es otra historia.


Él me enseñó que es mejor querer al equipo que a los jugadores, porque los jugadores se van, pero el ideal del equipo se mantiene. Y como él hablaba más de ideales y de sentimientos supo respetar la libertad y no hizo conmigo lo que la mayoría de los que le van a las Chivas hacen con sus vástagos o los vástagos de sus vástagos. Por eso él fue el menos sorprendido cuando la familia se enteró de que el único nieto al que le gustaba el futbol como a él no le iba a las Chivas, y peor aún, le iba al América.


Gracias a mi abuelo fue que vi por primera vez en aquel patio de escuela pública la reunión de todo lo que me gustaba del América: sus colores, que más tarde relacionaría con los colores de la gran Colombia, el sueño de la América unida de Simón Bolívar; su nombre que siempre lo veía en geografía, la cual era de las pocas cosas que me gustaba aprender en la escuela; sus jugadores de distintas razas, que me mostraban que afuera había más que estéticas, borrachos y fábricas cosas que pululaban en mi entorno más próximo, incluso, el sentimiento de rebeldía que estaba creciendo en mí lo relacioné con el hecho de ir en contra de la corriente, esa que dictaba que el América era para ser odiado.

Yo decidí amarlo a pesar de todo, lo decidí también porque vi que era fácil odiarlo y encajar con la mayoría, pero era de más respeto irle al Ame…, sabiendo -aun- que no serás aceptado. Desde ese momento supe que ser americanista no sería cosa fácil, aun sin saber de Televisa, aun sin saber de los prejuicios que salen de todas las direcciones, aun sin conocer de la compra de partidos ni del futbol moderno y su forma tan asquerosa de matar a la verdadera esencia del balompié, aun no sabía lo que me esperaba en este tortuoso, pero placentero camino.


Decidí esa tarde ser americanista aun cuando mis cinco compañeros de equipo eran los que peor me caían en el salón, porque esa tarde jugaría para el América y no para sus jugadores, porque se me hizo una asquerosidad cómo algunos cambiaron de equipo tan descaradamente solo para encajar y aunque yo le fuera al Ame…, siempre respetaría al rival como mi abuelo me lo enseñó. Yo sé que él pudo comprender mis razones sin que yo se las dijera.

No recuerdo si gané o perdí ese partido, y la verdad no importa, también he de confesar que he caído en el gran error de traicionar las enseñanzas de mi abuelo, riéndome y burlándome del contrario, pero pienso que eso ya es parte del tiempo en que me tocó vivir, porque tampoco puedo vivir recibiendo vituperios y quedarme callado: mi abuelo me enseñó a respetar, mas no a dejarme.


La verdad no sé mucho de los nombres de los jugadores y ni quiero saberlos o aprendérmelos. Sigo pensando que el equipo es el importante y que mis motivos personales me sobran y me bastan para sustentar mi amor por el azulcrema, sin tratar de convencer a nadie, menos a mis hijos o nietos, ya que sería como negarles que ellos solos descubran qué quieren amar y por qué. Gracias abuelo.


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